quinta-feira, 26 de agosto de 2010

A formação da mentalidade submissa...

A inteligência não protege da idiotice.

De Vicente Romano, disponível em castelhano aqui e em português (tradução de Rui Pereira) na editora Deriva, deixo-vos um excerto do que li ontem. Digam lá se é verdade ou não.

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Las cosas, del revés


Es normal llevar a cabo propósitos, realizar intenciones sin conocerlas a fondo. El hecho de que alguien haga algo no demuestra que sepa lo que hace. La peculiaridad de realizar un designio sin ser consciente de él se suele atribuir a las máquinas. El coche llega a un destino determinado sin saberlo: va dirigido por otro. Pero el comportamiento mecánico e las personas sólo es extraordinario en apariencia.


Hablar es una de las acciones más frecuentes. La mayoría de las afirmaciones que se hacen al hablar son falsas. Así, por ejemplo, muchos trabajadores y empleados dicen: "El dinero trabaja", aunque no es el dinero el que trabaja, sino ellos. Los trabajadores y empleados repiten lo que han oído. "Pon tu dinero a trabajar con nosotros", proclaman incesantemente los establecimientos bancarios. ¿De dónde se han hecho los trabajadores con esta idea que pone el mundo patas arriba, que presenta las cosas del revés? Los sesudos profesores de economia vienen afirmando lo mismo desde hace decenios. Dicen que el suelo, el capital y el trabajo son los "factores (hacedores) de la producción".


Pero el suelo no hace nada, el capital no hace nada, el "trabajo" no hace nada. Los trabajadores y empleados son los que hacen, y también algunos empresarios. ¿Qué razón puede haber para que persistan estas tergiversaciones de la realidad?


La razón podría estar en el efecto que producen. El efecto de presentar así la producción es que los trabajadores y empleados atribuyen al capital más importancia que a ellos mismos a la hora de producir algo, aunque sean ellos quienes producen el capital. El efecto es esta modestia. La humildad es una cualidad de los esclavos, de la mentalidad sumisa.


¿Qué condiciones hacen posible que en las escuelas se enseñen durante decenios y decenios cosas que son absurdas y perjudican a los educandos? ¿Acaso es esto lo que significa "hacer hombres y mujeres de provecho"?


Los habitantes de las grandes ciudades muestran a los visitantes de provincias y del extranjeros los maravillosos rascacielos y los últimos edificios "inteligentes" de los bancos y consorcios empresariales. Los señalan con orgullo y hablan de ellos como si les perteneciesen. Pero la realidad es que son propiedad privada de unos cuantos negociantes multimillonarios y que éstos expulsan a esos habitantes hacia las ciudades dormitorios de la periferia. Miles y miles de ellos tienen que abandonar sus viviendas del centro porque unas decenas de especuladores ganan más con los edificios comerciales que con las viviendas. Trabajadores y empleados tienen que marcharse al campo, a las afueras (ahora se llaman "suburbios") porque el Estado protege a los especuladores del suelo. Hoy día los trabajadores emplean más de una décima parte de su vida en el desplazamiento al lugar de trabajo.


Los expulsados están orgullosos de la propiedad de quienes los expulsan. No han aprendido a establecer relación entre las distintas informaciones, a contextualizarlas. Consideran que su situación es inmodificable.


La escuela


En 1934, el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht compuso el siguiente poema, titulado "Preguntas de un obrero lector":


Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?

En los libros figuran los nombres de los reyes.

¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?

Y Babilonia, destruida tantas veces,

¿quién la volvió a construir otras tantas? ¿En qué casas

de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?

La noche en que fue terminada la Muralla China,

¿adónde fueron los albañiles? Roma la Grande

está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?

¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,

¿tenía sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa Atlántida,

la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban

pidiendo ayuda a sus esclavos.

El joven Alejandro conquistó la India.

¿El solo?

César venció a los galos.

¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?

Felipe II lloró al hundirse

su flota. ¿No lloró nadie más?

Federico II venció en la Guerra de los Siete Años.

¿Quién la venció, además?

Una victoria en cada página.

¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria?

Un gran hombre cada diez años.

¿Quién pagaba los gastos?

Una pregunta para cada historia.


Es probable que los autores de los libros de historia que se leen en las escuelas no supieran lo que escribían. Se han limitado a copiar fielmente lo que durante muchos años
aprendieron como alumnos. Y al copiar no se les ocurrió hacer ninguna pregunta. En la escuela no aprendieron cómo hacer preguntas. Es mucho más fácil afirmar que el Sr. Tal y Tal construyó esto y aquello que decir: El Sr. Tal y Tal se ha apropiado del dinero de susconciudadanos (o súbditos) asignando a sus empresas, o a las de sus familiares y amigos, los fondos públicos actuales y futuros (en virtud de las deudas bancarias contraídas) para que construyan tal o cual monumento, jardín o carretera. Para llegar a esta afirmación no sólo hay que pronunciar más palabras, también hay que hacer más averiguaciones y disponer de otras informaciones. El conocimiento es siempre activo y exige esfuerzo.

El sentido de las historias que nos han contado de esta manera en la escuela radica en su
efecto. El efecto es que los escolares y estudiantes se habitúan a tener por verdadero lo que no puede serlo. Y en la medida en que la escuela los habitúa a considerar que la injusticia es justicia, se acostumbran a sacrificarse por una minoría, estando dispuestos incluso a entregar su salud y su vida por esa minoría. Eso es lo que se denomina violencia simbólica. Pero de la violencia hablaremos más adelante.

Los hábitos son difíciles de erradicar, una vez adquiridos. Los trabajadores y empleados
de las empresas de multimillonarios famosos leen encandilados cómo éstos dilapidan en los casinos o les regalan a sus amantes el dinero que ellos han producido. Contemplan los reportajes gráficos y leen la cifras del dispendio sin indignarse. Los empresarios de las revistas del corazón se enriquecen a su vez mostrando a todo color lo que esos empresários "playboys", como G. Sachs y otros, hacen con el producto de su trabajo, con qué habilidad y elegancia se mueven a la hora de despilfarrar su trabajo. A juzgar por este tipo de publicaciones, el verano de la Costa del Sol no empieza hasta que la cohorte de estos parásitos nacionales e internacionales inicia sus fiestas de reclamo y ostentación en Marbella y Puerto Banús. La prensa y los medios audiovisuales locales se encargan de darles publicidad gratuita. Hay que estimular la fascinación por el fausto y el relajo de los millonarios y populares de la farándula. Sus fiestas y extravagancias de todo tipo sirven de reclamo para atraer turistas y deslumbrar a quienes no pueden permitírselas.

Las historias inculcadas en la infancia han hecho su efecto. Si se encuentran
personalmente con uno ( o con una, que también las hay) desean que se fijen en ellos, que les presten atención o les firmen un autógrafo, en vez de escupirle en la cara. Pero, incluso si alguien quisiera escupirles en la cara, se lo impediría la violencia instituida: el empresario lo despediría, los demás empresarios tampoco le darían trabajo por compañerismo, los tribunales lo condenarían, la oficina de empleo le negaría la asistencia y ayuda. Estaría acorralado. A lo sumo le ayudaría una huelga de todos sus compañeros. A todo esto se añade que escupir no sirve de nada, salvo la satisfacción personal del trabajador.

A veces es el empresario el que agrede físicamente al obrero, sin mediación de policías
ni jueces.

(…)


Los humildes y sumisos, los habitantes de las chabolas, los pobres, en suma, les ponen
a sus hijos los nombres de reyes, princesas y famosos. Estas humildes Fabiolas y Sorayas, Luis Felipes y Carlos Albertos expresan la reverencia de los pobres ante la gente fina, cuya distinción se debe precisamente a la existencia de pobres. Las Sorayas y Fabiolas, Carlos Albertos y Luis Felipes, etc., se convertirán en mano de obra no cualificada. Fuera de sus pretenciosos nombres, no hay nada más en sus vidas. En el caso de que trabajen durante toda su vida productiva, su trabajo le producirá al propietario de la fábrica, a cualquiera de los miembros de esas familias famosas de las revistas ilustradas, el dinero suficiente para comprarse un lujoso Mercedes. Una parte de ese Mercedes le faltará a la Soraya, Fabiola o Cristian Gustavo de turno para alquilar una vivienda, amueblarla y pagarse unas vacaciones de descanso. Sus nombres rimbombantes los ridiculizarán mientras vivan.

(…)


Un cuento popular ruso se mofa de esta mentalidad sumisa del modo siguiente: un
hombre rico y otro pobre viajaban juntos. El rico llevaba un caballo castrado, el pobre una yegua. Una noche, mientras hacían un alto en el camino, la yegua parió un potrillo. El potrillo se deslizó debajo del carro del rico. Este le dijo al pobre que el carro había parido el potro.

La inteligencia no protege de la idiotez, pues hay muchas maneras de hacer el tonto. Algunos dirán que sólo los tontos viven para otros. Pero lo que sabemos acerca de loscondicionamientos de nuestras acciones no lo decidimos nosotros. Nuestro conocimiento depende de las informaciones que recibimos. Y nuestra influencia sobre esas informaciones es limitada. Cuesta mucho trabajo hallar las informaciones que nos faltan. Determinadas informaciones y conocimientos son incluso propiedad privada.
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